Luis María Duarte
Artículo publicado en la Revista Jurídica de la UNIDA «Luis De Gasperi». Primera Edición – Año 2005. Asunción – Paraguay. Pág. 91-101. ISBN 99925-46-48-4.
El gobierno de Liberato Rojas y la guerra civil de 1912.
A principios de 1912 el Paraguay atravesaba por uno de los períodos más convulsos de su historia. Desde setiembre del año anterior se había desatado una rebelión liderada por el ex presidente, Manuel Gondra, y el ex intendente de Asunción, Eduardo Schaerer. Ambos lideraban a la facción radical del Partido Liberal que había perdido el control del gobierno con la renuncia de Gondra a la presidencia de la República en enero de 1911, a raíz de un golpe liderado por el coronel Albino Jara. Desde entonces se había producido una serie de hechos que terminaron por complicar el panorama político del país. El breve pero turbulento gobierno del coronel Albino Jara y la división del gobernante Partido Liberal, llevaron a una situación de tal descontrol que el fantasma de la guerra civil fue fácilmente introducido a la escena política nacional. En el mismo mes de enero del 12, para colmo, los rumores de que el coronel Jara se hallaba al frente de un ejército, en paralelo al de los radicales, fueron confirmados. Su objetivo era marchar hasta la capital y hacerse con el poder perdido en julio del año anterior.
En julio de 1911 el senador Liberato Rojas se había convertido en el nuevo presidente de la República, luego de que el coronel Jara fuera obligado a renunciar. El nuevo mandatario asumía el poder en una situación poco normal. El Partido Liberal se había dividido en tres facciones: radicales, dirigido por Gondra y Schaerer; democráticos, dirigidos por Carlos Isasi y Adolfo Soler, quienes representaban a la facción liberal que perdiera el gobierno en 1908; y los gubernistas, quienes se habían desprendido del radicalismo para acompañar al coronel Jara y luego, al nuevo presidente. Cada facción contaba con su propio directorio y actuaba como un partido independiente de los demás.
En estas circunstancias y en razón del escaso apoyo que el liberalismo gubernista representaba, el presidente Rojas había ensayado desde su asunción las más diversas formas de alianzas y pactos políticos para la conformación de su gabinete, llegando al punto de tener que recurrir al Partido Colorado, designando a referentes de ese partido para la titularidad de la Intendencia Municipal de la Capital, las Legaciones en Brasil y Argentina, el Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, y la Cancillería Nacional. Estando así las cosas, a mediados de diciembre del 1911 el doctor Antolín Irala, del Partido Colorado, fue designado Ministro de Relaciones Exteriores.
Irala ya había ejercido el cargo durante el último gobierno colorado, entre 1903 y 1904, y habiendo tenido una muy destacada actuación al frente de la cartera, se presentaba como uno de los mayores referentes nacionales en materia de política exterior. En ese momento se desempeñaba como presidente de la Cámara de Diputados y su inserción dentro del gobierno representaba un notable punto a favor del Partido Colorado. Sin embargo, su gestión, que será breve esta vez, contará con un revés tremendo que si bien sirvió para demostrar sus cualidades de estadista, terminó por complicar aún más el delicado panorama paraguayo.
Las relaciones entre el Paraguay y la Argentina entre 1911 y 1912.
Desde fines del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX, la Argentina era el principal referente internacional para el Paraguay. Era, de manera notable, su principal socio comercial y su centro de influencia cultural. Inclusive, debido a la gravitación continental y ciertamente mundial con la que contaba la Argentina, ejercía una tremenda influencia y presión política sobre el gobierno de Asunción, aún más desde la asunción al gobierno de los liberales.
Desde la caída del presidente Gondra, sin embargo, las relaciones paraguayo-argentinas asumieron un papel algo extraño. En mayo de 1911 el presidente Jara designó a Carlos Cálcena como nuevo ministro del Paraguay en Buenos Aires. Cálcena era un hombre que provenía del comercio y el periodismo, sin ninguna trayectoria política y de escasa representatividad y trascendencia en la vida pública del país; cosa extraña, puesto que la Legación en Buenos Aires era siempre confiada a referentes de alto nivel en la vida política paraguaya o, cuanto menos, a personas con amplios lazos políticos y sociales en Buenos Aires.
Cálcena llevó la expresa misión de abogar a favor del nuevo gobierno paraguayo, que comenzaba a ser mal visto y criticado por la prensa argentina. Asimismo, se le encargó la compra de material bélico para el gobierno, a los efectos de enfrentar los primeros levantamientos radicales que buscaban retomar el poder político perdido por Gondra.
En su corta gestión el ministro Cálcena se había desempeñado con mucha dificultad, intentando defender un gobierno, de por sí, bastante desprestigiado y llegando incluso a enredarse en problemas judiciales privados. Finalmente, la caída del presiente Jara en julio de 1911 motivó su destitución al frente de la Legación, que quedó bajo la conducción de un encargado de negocios.
El presidente Rojas, en medio de su inestable gestión y de los diversos pactos que debió realizar, terminó por designar como ministro en Buenos Aires al doctor Adolfo R. Soler, ex ministro de Hacienda que residía en la capital argentina desde la caída de los cívicos hacía tres años, facción de la cual era uno de los principales representantes. Soler era un respetado político, con amplia entrada en los círculos sociales argentinos, y de quien se esperaba una brillante gestión al frente de la representación diplomática paraguaya en la Argentina. La situación se planteaba complicada debido al gran apoyo con que contaban Gondra y los radicales en el ámbito político argentino. Pero la gestión de Soler se vio truncada cuando se produjo la ruptura entre la facción cívica y el gobierno en diciembre de 1911 y, a pocos días de haber iniciado sus gestiones oficialmente, el nuevo ministro paraguayo en Buenos Aires renunció al cargo.
En estas circunstancias, el Partido Colorado tomaba cada vez más preeminencia en las esferas oficiales, por lo que se decidió la designación del doctor Pedro P. Peña como nuevo ministro en la Argentina. El doctor Peña era un destacado médico y catedrático, que contaba con amplia experiencia diplomática, habiéndose desempeñado como ministro en Brasil, Bolivia, Chile y Perú, a más de haber ocupado la Cancillería durante el último gobierno colorado en 1903. Pero el gobierno argentino no dio su beneplácito. Peña era considerado por la Cancillería argentina como un aliado del Brasil.
En estas circunstancias se encontraba la situación bilateral entre el Paraguay y la Argentina cuando Antolín Irala asume la titularidad de Relaciones Exteriores y se inicia el proceso que llevó a la ruptura de relaciones entre ambos países.
La crisis diplomática de enero de 1912. Ruptura de relaciones con la Argentina.
La rebelión radical, iniciada en 1911, contaba con amplio apoyo de ciertos sectores de la Argentina. Había logrado operar compras de material bélico y otros beneficios a través de la Argentina, y utilizaba el territorio del Territorio de Formosa para desplazamientos varios, intentando burlar a las autoridades del gobierno, o para cruzar con buques armados. Asimismo, varias empresas de capital argentino parecían apoyar con logística a los rebeldes radicales. Si bien éstas también denunciaban que las tropas del gobierno constantemente las sometían a despojos de bienes y ganado, y que sus obreros eran objeto de persecución para enrolarse como efectivos de combate.
La cuestión ya se desarrollaba en un tono algo elevado mediante notas intercambiadas entra la Cancillería y la Legación argentina, cuando el 14 de enero en horas de la noche se produjo un levantamiento de la Policía de la Capital y el Batallón de Guardia Cárceles. Independientemente de los rebeldes gondristas y jaristas, un grupo de autoridades y presos políticos orquestaron el movimiento armado que, en su afán de destronar al gobierno, inició una batalla campal en el centro mismo de la ciudad de Asunción, que se extendió entre los días 15 y 17. El presidente Rojas, renunciante, se dirigió a Corrientes en un buque brasileño, dejando en acto insólito al diputado colorado Ricardo Brugada como “delegado de gobierno” con el mandato de dirigir la contraofensiva del gobierno. Mientras tanto, un Triunvirato asumía las funciones gubernamentales en nombre de los sublevados.
Durante la batalla los sediciosos lograron el apoyo del ejército radical, que envió buques armados para sostener las posiciones rebeldes. La bahía de Asunción ya se encontraba con varios buques de guerra, brasileños y argentinos, que previo permiso del gobierno fondearon en aguas paraguayas para “asegurar la tranquilidad de la ciudad”.
Lo cierto es que en medio de los combates hubo un cruce de fuego entre los buques radicales y la artillería del gobierno en tierra. Uno de esos disparos de bala de cañón, dirigido a un buque rebelde, se dirigió a su objetivo cruzando por arriba de una embarcación militar argentina, alertando a su tripulación. Así se originó uno de los motivos del futuro quiebre de relaciones diplomáticas.
Los rebeldes fueron finalmente derrotados. El gobierno, con el escaso apoyo que le significaba el liberalismo gubernista, se tuvo que valer de una enorme asistencia y despliegue por parte de oficiales y milicianos colorados, que fueron los verdaderos vencedores de la revuelta. Esta situación volcó aún más el juego político a favor del Partido Colorado y levantó los ánimos adversos de los intereses argentinos en el Paraguay, quienes consideraban al general Caballero y a su partido como aliados naturales del Brasil.
Entre el 17 y el 24 de enero el país estuvo bajo el mando del “delegado de gobierno” y el Consejo de Ministros. Tan pronto se restablecieron las actividades y los servicios públicos, la Legación argentina comenzó a reclamar al gobierno paraguayo por el disparo a su embarcación y por los atropellos que denunciaban los ciudadanos argentinos residentes en el Paraguay. A su vez la cancillería paraguaya le reclamaba a la representación argentina por el hecho de que los sediciosos recibían asistencia de autoridades argentinas, incluso para reclutar tropa.
El 20 de enero, mientras tanto, el ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Federico Codas, se embarcaba a Buenos Aires en misión confidencial. Lo acompañaba Fulgencio R. Moreno. No se conocían mayores detalles de la misión reservada, pero era bien sabido que cualquier gobierno paraguayo que pretendía subsistir debía encontrarse en buenos términos con las autoridades del vecino país, por lo que se sospechaba que la misión se debía a la necesidad de que algún referente de alto peso en el gobierno se acerque a los principales referentes políticos de Buenos Aires, más aún considerando las sospechas que se tenían sobre un supuesto apoyo argentino a los rebeldes.
Finalmente, los reclamos mutuos entre la Cancillería y la Legación argentina llegaron a tal tenor que derivaron en fuertes acusaciones, hasta que en una nota, del 22 de enero, el canciller Irala hizo mención al hecho de que no era la primera vez que el gobierno argentino intervenía para fomentar las revueltas que se desarrollaban en el Paraguay. Al día siguiente, el ministro argentino, Gabriel Martínez Campos, respondió que la nota era tenida por agraviante por su gobierno y, previas instrucciones, exigía el retiro de la misma bajo el ultimátum de retirarse y declararse rotas las relaciones.
Irala se mantuvo firme en su postura, confiado en el apoyo de su gobierno. La prensa comenzó a divulgar la situación, generando las más diversas reacciones, de apoyo o desaprobación, hacia la actitud del jefe de la diplomacia paraguaya. El presidente aún se hallaba ausente, previéndose su llegada para la mañana del día siguiente. Rojas llegó el 24 en horas de la mañana. Irala fue el único ministro que fue a recibirlo en el puerto de la ciudad y el primero en reunirse con el primer mandatario tras su regreso. No obstante, los hechos posteriores terminaron por complicar la situación del canciller.
La designación del canciller Codas.
El 24 de enero, con una crisis ya desatada, el presidente envió a su ministro del Interior, Alejandro Audibert, a reunirse con el ministro argentino para intentar recomponer la situación e impedir el retiro del diplomático; las gestiones fueron, sin embargo, infructuosas.
De todos modos, esta actitud por parte del primer mandatario motivó la renuncia del canciller Irala, quien asumió el hecho como una desautorización por parte de su propio gobierno o, cuanto menos, como una falta de apoyo hacia su gestión. Audibert ya había tenido problemas con algún canciller anterior dentro del gabinete por supuestas intromisiones que efectuaba en la cartera de Relaciones Exteriores. Resulta que el ministro del Interior había desarrollado una intensa actividad periodística en el campo de los asuntos internacionales, a más de haber ejercido diez años atrás la representación del Paraguay ante el Gobierno de Buenos Aires. A todo esto se sumaba la idea que muchos tenían de que Audibert pretendía ejercer la Cancillería, antes que cualquier otra posición oficial.
En la noche del 24, en medio de la renuncia de Irala y del ultimátum del ministro Martínez Campos, el presidente convocó a una reunión en su residencia, de la cual participaron los ministros de Hacienda, de Guerra y del Interior, así como varios parlamentarios gubernistas, el diputado colorado Ricardo Brugada y algunos referentes políticos del liberalismo gubernista y del Partido Colorado. Los temas tratados fueron el de la cuestión argentina y la designación de un nuevo ministro de Relaciones Exteriores. En un primer momento, a instancias del presidente, se decidió encargar la cartera de manera interina al ministro Audibert, con el mandato de gestionar la normalización de relaciones con el país vecino, en el entendimiento de que contaba con la pericia necesaria para tal efecto. Sin embargo, al no contar con el apoyo decisivo tanto de colorados como de gubernistas, ahora en abierta coalición, Audibert también se vio forzado a renunciar.
Con esto último, se sumaba la vacancia de la cartera del Interior a la de Relaciones Exteriores; así también, con el ministro de Instrucción Pública en Buenos Aires, el gabinete quedaba reducido a la presencia de sólo dos ministros, ninguno de los cuales respondía a la entera confianza del presidente por ser acólitos del ex presidente Jara, quien ya se encontraba en camino a Asunción al frente de un ejército con la expectativa de recuperar el poder perdido.
Al día siguiente de la reunión, el 25 en horas de la tarde, el ministro Martínez Campos se embarcó para Buenos Aires. Por su parte, el presidente se abocó a la tarea de reintegrar su gabinete. La cuestión se volvía más importante a raíz de la tirantez que se iniciaba entre los colorados y los gubernistas por ocupar los espacios de poder. Resulta ser que los gubernistas, liberales al fin, no toleraban una sistemática entrega del poder a un partido al cual habían combatido durante tanto tiempo; por otro lado, los colorados sentían que se iban convirtiendo en el único sustento práctico del gobierno, puesto que los gubernistas, dentro del escindido Partido Liberal, contaban con cada vez menos apoyo popular e inclusive dirigencial, por lo que el general Caballero y la dirigencia partidaria exigían más posiciones de responsabilidad oficial.
En el marco de este escenario los gubernistas logran la designación de su líder, Daniel Codas, hasta ese momento presidente del Senado, para cubrir la titularidad del ministerio del Interior. Asimismo, convencen al presidente para que la cartera de Relaciones Exteriores sea ofrecida al senador José Emilio Pérez, un antiguo colorado de escasa militancia que se había alejado bastante de la dirigencia partidaria, sobre todo del general Caballero, y que últimamente había venido cooperando con todos los gobiernos liberales. De esta manera el sector gubernista buscaba maquillar una participación equitativa en el gabinete, con una cierta ventaja en la práctica: los gubernistas colocaban a su principal referente, mientras dejaban a los colorados con un representante poco convincente. No obstante, Pérez rechazó el ofrecimiento alegando problemas de salud, lo que dio un respiro a los colorados para replantear la situación, valiéndose de las gestiones del diputado Brugada, secretario de la Comisión Directiva del Partido, amigo íntimo del presidente Rojas y uno de sus principales asesores oficiosos.
Por indicación del presidente del Partido Colorado, general Caballero, se propuso al doctor Eduardo López Moreira como nuevo ministro de Relaciones Exteriores. López Moreira era un destacado médico de 38 años, formado en Europa y que se desempeñaba como catedrático en la Universidad Nacional de Asunción. Se había iniciado en la militancia política unos años atrás como seguidor del caballerismo, el sector más radical y tradicional del partido. Sin embargo, en una última conversación se decidió hacer una especie de “enroque” en el gabinete. López Moreira fue finalmente designado ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública en reemplazo de Federico Codas y éste, que se encontraba en Buenos Aires en misión reservada desde antes del regreso del presidente, fue designado como el nuevo ministro de Relaciones Exteriores. La decisión atendía al hecho de que el principal tema diplomático del momento se refería a la ruptura con la Argentina; Codas ya se encontraba en la capital argentina realizando gestiones oficiosas al respecto, y con la designación se le otorgaba la mayor autoridad posible para entablar conversaciones con las autoridades del país vecino y por otro lado, se daba señales de la importancia que el gobierno paraguayo otorgaba al caso. Finalmente, se dispuso que López Moreira interine la cancillería durante la ausencia del ministro Codas. Las tres designaciones se hicieron el 27 de enero de 1912.
El doctor Federico Codas contaba con 43 años al momento de su designación como canciller. Se había desempeñado como ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública desde inicios del gobierno Rojas en julio de 1911. Antes, había desempeñado una relevante carrera como magistrado y parlamentario, llegando a formar parte del Superior Tribunal de Justicia entre 1894 y 1898, y como senador oficialista durante los últimos gobiernos del Partido Colorado. Sin embargo, y a pesar de su trayectoria pública, no había logrado constituirse en un referente de peso dentro del partido, siendo más que nada su afinidad con el presidente lo que le llevó a constituirse en figura central de la política del momento. Cuando ingresó al gabinete de Rojas intentó consolidar su posición dentro del partido, al buscar convertirse en una especie de punta de lanza de los colorados dentro del gobierno.
Las instrucciones y el desempeño de la misión.
El nuevo canciller se encontraba en Buenos Aires desde antes del regreso del presidente; había partido el 20 de enero pasado acompañado por Fulgencio R. Moreno, ex ministro de Hacienda, ex parlamentario y destacado estudioso de los asuntos internacionales del Paraguay, quien en ese momento se desempeñaba como miembro de la Comisión Asesora de Límites de la cancillería paraguaya.
Su ida se produjo cuando todavía ocupaba el ministerio de Justicia y en medio de una situación particular. El presidente se encontraba fuera del país y la administración del gobierno había quedado en manos del diputado Brugada, por mandato expreso del presidente, y del gabinete de ministros, quienes intentaban normalizar el ambiente político luego del levantamiento de la Policía y la Guardia Cárceles. A todo esto, se vino a sumar la crisis argentina.
Codas fue informado de su designación en Buenos Aires, en el hotel en que residía sobre la calle Paraguay. La cuestión prioritaria de su gestión era, como se vio, la situación diplomática con la Argentina, aunque las instrucciones oficiales precisas tardaron más de dos semanas en ser impartidas.
El 10 de febrero, por Nota N° 56 del Ministerio de Relaciones Exteriores, el canciller interino López Moreira le comunicaba al canciller Codas las instrucciones por las cuales se le encomendaba “la misión de solucionar con el Gobierno Argentino la cuestión diplomática surgida”. Asimismo, se le proveía de credenciales que lo facultaban para tales efectos. Hasta entonces Codas, con la ayuda de Moreno, había realizado gestiones ante diferentes autoridades y referentes de la sociedad argentina para verificar los ánimos suscitados por el tema paraguayo-argentino.
Tanto la prensa paraguaya como la argentina se habían hecho eco de la situación de manera muy incisiva. Por un lado, en periódicos paraguayos se publicaban notas de apoyo al ex canciller Irala, a quien felicitaban por su postura ante una potencia a la que criticaban por sus constantes intromisiones en asuntos nacionales; asimismo, un reciente libro publicado por Arsenio López Decoud, respecto a los intereses argentinos en el Paraguay, comenzó a ser muy publicitado, aumentando los ánimos adversos de quienes criticaban al gobierno argentino. Por el otro, la prensa argentina publicaba quejas de particulares argentinos que acusaban de tropelías al gobierno y a los rebeldes paraguayos, mientras que varias personalidades afirmaban que la inestabilidad reinante en el Paraguay era motivo de preocupación regional y que necesitaba de una actitud proactiva por parte de las potencias rioplatenses. Aunque también había sectores dentro de cada país que criticaban el proceder de su propio gobierno.
El gobierno argentino se hallaba presidido por el doctor Roque Sáenz Peña, de 60 años. Sáenz Peña había sido electo en 1910 y será uno de los últimos representantes de la tradicional aristocracia porteña del siglo XIX en gobernar el país; el mismo promulgó la nueva ley electoral que permitió la llegada de la oposición radical al poder un par de años después. De todos modos, el estilo del presidente Sáenz Peña no se diferenciaba de los anteriores regímenes de la oligarquía porteña en el país vecino, que eran conscientes de la supremacía argentina en el cono sur americano y actuaban en consecuencia.
Finalmente, el 17 de febrero el canciller Codas se reunió con el canciller argentino, Ernesto Bosch. En base a sus instrucciones, Codas terminó cediendo ante los requerimientos argentinos en la mayor parte de sus reclamos. El canciller paraguayo afirmó que la nota del 22 de enero no llevaba, de por sí, el ánimo de inferir algún tipo de agravio en contra del gobierno argentino y se reafirmaba en la confianza que el gobierno del Paraguay guardaba a su homólogo de la Argentina, desechando todo tipo de suspicacias al respecto. Asimismo, refirió que de las averiguaciones hechas por su gobierno se comprobó que los disparos en contra de las embarcaciones argentinas no provenían de oficiales del ejército paraguayo, sino de soldados irregulares cuyo control escapaba a la autoridad del gobierno del Paraguay, reafirmando que las fuerzas militares del país contaban con instrucciones expresas respecto al resguardo de todo buque extranjero fondeado pacíficamente en aguas de su jurisdicción. Por su parte, el canciller argentino manifestó que su gobierno aceptaba las disculpas del gobierno paraguayo, con lo que veía posible una reanudación de las relaciones diplomáticas.
Seguidamente, se acordó emitir decretos simultáneos en Asunción y en Buenos Aires, restableciendo las relaciones entre los dos países el día 19 de febrero próximo.
Al día siguiente, la prensa, tanto paraguaya como argentina, comenzó a emitir noticias sobre posibles designados para la representación argentina en el Paraguay, así como para la representación paraguaya en la Argentina. La comunidad paraguaya residente en Buenos Aires solicitaba insistentemente la designación del doctor Diógenes Decoud, destacado médico e intelectual, residente en la capital porteña durante la mayor parte de su vida. Se supo luego que el cargo fue ofrecido nuevamente al doctor Adolfo R. Soler, pero que éste rechazó por subsistir, según dijo, los motivos que ya suscitaron su renuncia un par de meses atrás (su partido estaba enfrentado al presidente Rojas). Aún se confiaba en las condiciones de Soler para ejercer eficientemente el cargo. Finalmente, se especuló con la idea de que el mismo canciller Codas podría quedarse en Buenos Aires a ejercer el cargo; aunque oficialmente se esperaba su regreso a Asunción para asumir efectivamente la titularidad de su cartera.
Un par de días luego de haberse restablecido las relaciones, Bosch se reunió con el ministro del Brasil en Buenos Aires, Joao da Costa Motta, y con Gabriel Martínez Campos, ex ministro en Asunción. Con ambos había tratado temas referentes al Paraguay, aunque la reunión con el primero fue mantenida bajo la más absoluta reserva. Martínez Campos, más precisamente, fue llamado a informar sobre los reclamos de ciudadanos y empresas de capital argentino residentes en Paraguay.
Asimismo, el canciller Codas visitó nuevamente al canciller argentino. Esta vez hablaron sobre los reclamos pendientes por parte de ambas autoridades. Por la parte argentina, se trataba de atropellos por parte de tropas paraguayas en contra de empresarios y obreros argentinos. Por la parte paraguaya, se traba de abusos por parte de autoridades argentinas en la frontera con el Paraguay. Se acordó que cada caso sería estudiado en particular para su resolución. Asimismo, ambos cancilleres hablaron sobre las designaciones para las Legaciones de ambos países. Codas comunicó oficialmente que la Legación paraguaya fue ofrecida a Adolfo Soler, quien hasta ese momento no comunicaba su aceptación; en caso de rechazar el ofrecimiento, el canciller paraguayo dijo que el cargo sería ofrecido a Diógenes Decoud. Por su parte, el canciller Bosch comunicó que el gobierno argentino pensaba ofrecer la Legación en Asunción al doctor Martín Ruíz de los Llanos (quien finalmente llegó al Paraguay en la segunda mitad del año).
El 22 de febrero en horas de la tarde, el canciller Codas se reunió finalmente con el presidente Sáenz Peña. Pocos minutos antes, el mismo canciller Bosch se dirigió a su alojamiento para acompañarlo en automóvil (un lujo para la época) hasta la residencia presidencial. La reunión fue extensa y el canciller paraguayo expresó la importancia de mantener buenos vínculos con la Argentina. Por su parte, el presidente argentino manifestó su intención de contribuir decisivamente para evitar el fomento de revueltas armadas en los países vecinos, así como su interés en una paz continental que fortalezca la posición del continente americano. Sáenz Peña con esto demostraba su conciencia de potencia regional.
La misión había logrado su objetivo, si bien es cierto que fue el Paraguay el que debió dar un paso atrás y rectificar sus posiciones; la Argentina salió fortalecida, puesto que sin intentar gestión alguna logró que un gobierno vecino se desdiga y enaltezca con su actitud la importancia de la potencia rioplatense. Por su parte, la prensa y los testigos de la época atribuían gran valor a la colaboración que pudo haber dado Fulgencio R. Moreno a la misión. Si bien Codas era un prestigioso abogado y experimentado hombre público, su paso por la diplomacia fue circunstancial y breve.
Pasó una semana y el gobierno de Rojas fue finalmente derribado. La situación de convivencia entre liberales gubernistas y colorados se hizo cada vez más insostenible. El resultado de la disputa favoreció a los colorados, quienes contaban con mayor fuerza política y dirigencial. Pero la victoria y vuelta del Partido Colorado al poder, luego de ocho años, no duró mucho.
Rojas fue sucedido por Pedro P. Peña en la presidencia de la República. Éste designó a Moreno como su ministro de Relaciones Exteriores y, a su vez, éste designó a Federico Codas como ministro del Paraguay en Buenos Aires. Pero el nuevo gobierno duró sólo 23 días, siendo defenestrado el 22 de marzo de 1912. Eran tiempos difíciles.
FUENTES
Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República del Paraguay
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Carpeta DPD 442 – Notas remitidas por el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República del Paraguay (1912).
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Carpeta DPD 612 – Notas recibidas de la Legación paraguaya en Buenos Aires (1908 – 1912).
Diarios y publicaciones periódicas
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“El Tiempo”. Asunción, enero y febrero de 1912.
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“La Nación”. Buenos Aires, febrero de 1912.
Bibliografía
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Brezzo, Liliana y Beatriz Figallo. Argentina y el Paraguay, de la guerra a la integración. Rosario, Pontificia Universidad Católica Argentina, 1999.
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Centurión, Carlos R. Historia de la Cultura Paraguaya, Tomo II. Asunción, Biblioteca “Ortíz Guerrero”, 1961.
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Irala, Antolín. Las relaciones paraguayo argentinas. Asunción, Talleres H. Krauss, 1912.
-
Kallsen, Osvaldo. Historia del Paraguay Contemporáneo. Asunción, Imprenta Modelo, 1983.
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Solveira, Beatriz. Las relaciones argentino – paraguayas a comienzos del siglo XX. Córdoba, Centro de Estudios Históricos, 1995.